Recuerdo una de las consultoras argentinas de mayor renombre internacional, cuyos artículos solía publicar en un sitio de temas empresariales que tuve hasta hace unos años. Su redacción era excelente. Era imposible encontrarle un error, o una frase pobremente redactada. No dejaba de asombrarme, y me llevaba a pensar que todo en ella era perfección. Tenía bien ganada su imagen de excelencia profesional.
Hasta que un día me llegó un mail en el que anunciaba el lanzamiento de su nuevo blog, el que, por supuesto, fui a visitar inmediatamente. Allí se cayó la máscara. Se hizo evidente que aquí estaba publicando sus artículos "en bruto", y que no estaba haciéndolos pasar por la mano revisora de un redactor profesional. Toda la imagen que tenía de ella se derrumbó en pedazos.
Probablemente mi juicio fuera errado, y su capacidad redaccional no tenga nada que ver con su performance profesional. Pero se me hizo ostensiblemente claro el impacto que una buena redacción (ortografía, gramática, y también estilo), genera en el público lector de una empresa o un profesional
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